Cuando se aprende la labor del diseño, se aprende a pensar. No se aprende directamente a producir piezas en serie sin un sentido estético, y mucho menos sin significado, la producción de piezas y la implantación de valores estéticos nacen como fruto de un proceso a través del cual se trabaja una idea enfocada a una necesidad, y se eligen los mejores elementos para el desarrollo de la misma.
No se enseña entonces a diseñar, se enseña a pensar en estrategias para enfrentar proyectos, a actuar con raciocinio, a derivar conocimiento de todo lo que se observa, a transformar cada mirada en una pregunta u observación, a aprender el buen uso de los materiales y valorar sus fortalezas y debilidades, a compartir, a recoger, y a su vez, formular registros de todo cuanto se observa. Pero sobre todo, al enseñar a diseñar, se busca dar rienda suelta al pensamiento innovador.
La labor del docente de diseño, dependiendo su área, radica entonces en buscar el punto en el que el estudiante empiece a pensar por si mismo, y deje de lado las bases de la imitación, se trata de propiciar y generar autonomía en el estudiante. Basado en el modelo del profesor Jorge Sánchez, podríamos establecer un “diseño de la enseñanza” en el cual se aprende haciendo, a aprender basado en problemas o proyectos, a ser creativo, a ser experimental, a integrar la totalidad de las fuerzas que se poseen, a a ser interpretativo y a buscar autonomía.
Cuando las personas se ven frente a un problema o situación y buscan la manera de sortearlo con las herramientas a mano, con la experiencia adquirida, y en el marco socio cultural en el que se encuentran, creo que se puede hablar de creatividad. Implantar modelos lejanos tanto en espacio como en tiempo para problemas reales del aquí y el ahora ya no puede ser más una solución a medias que por lo general nos trae bastantes dificultades.
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